Intentar escribir sobre maternidad es todo un reto. Primero, porque no hay subtema que no haya sido tocado y retocado aquí y allá: de la varicela a la lactancia, y del feminismo a la “guerra de las madres”. Y, segundo, porque —para ser bien franca— ni yo misma logro organizar en mi mente lo que significa en mi vida “ser mamá”.
A veces estoy convencida de que es un “todo” que ha engullido el resto de lo que soy. Pero a veces creo que es un recipiente en el que puedo colocarme. Termino por no saber qué es lo que cabe en qué.
No sabría de qué otra manera empezar a deshilachar esto que se me anuda en el corazón, el cuerpo y el alma cada vez que me pregunto qué significa, para mí, “ser mamá”.
El hilo más obvio, ese que cuelga simplón, dicta: “tener hijos”. Y de ahí, se va enredando con miles de otros hilos, madejas enmarañadas, rollos perfectamente acomodados en sus carretes, brillantes e inamovibles como el pelo engominado de los niños que se apresuran para ir a la escuela en las mañanas.
Un hilo. Dos. Tres. Todo termina envolviéndolo todo, sobre sí mismo. Imposible deducir qué es el “adentro” y qué es el “afuera”. Gira, se vuelca, se cruza con nudos apretujados y necios, y luego ese mismo hilo —que cambia de color en el camino— corre libremente como si nunca en su vida fuera a toparse con un botón que lo atrapa, una aguja que lo ensarta, un final.
Así es como mejor puedo describir mi maternidad. Mi “yo-mamá” que se confunde, pero no, con todo lo demás que soy, que fui, que quiero ser.
La puntada inevitable, la del pasado, la de ese yo que pudo haber sido, que… ¿existe todavía? Ese techo de cristal que quiero romper, esa oficina que añoro y a la vez detesto por no poder ser conmigo en esta nueva etapa. Las escalofriantes cifras de discriminación a las que hemos hecho uso del útero (el del cuerpo o el del alma), las exigencias de una economía que nos demanda hacerlo todo, lograrlo todo. Y sin llorar, por favor. Punto de cruz.
Ese mismo hilo es el que borda en mi corazón esas palabras que quiero darle a mi hija como un racimo de esperanza. Es un bordado cursilón: flores, hojas, ramas, pájaros cantores decoran cada letra. “Sé buena, sé compasiva… pero no confundas la bondad con la sumisión. Ahí está la chingadera”, me dan ganas de decirle. Ese es el detalle oscuro del calado. Un día se lo diré, cuando le regale su propio Chingonario.
Hay también hilos que construyen otras cosas que ya nada tienen que ver con el universo de las hebras. Telares imponentes que trabajan sin detenerse, maquinarias que se han echado a andar para que este proyecto de “la maternidad” medio salga a flote (a veces siento que apenas lo logra). Redes, unas más robustas que otras, que van haciendo hamacas, en las que uno puede caer, recaer… y a veces hasta tomarse un momento para sentir la brisa. Estos telares, he descubierto, es lo que necesitamos para vivir. Vivir. No sobrevivir.
Escribir sobre maternidad… A estas alturas, estoy convencida de que es imposible hablar de ella sin hablar de todo lo demás. Es curioso cómo las madres, las mismas en las que cabe la vida misma, a veces parecen no caber en ningún lugar.
– Lxs machos no nacen, se hacen. Experiencia desde la intervención.
En los espacios que nos convocan desde los feminismos a encontrar alternativas transformadoras de ser, vincularnos y hacer lo personal político, hablar con las propias palabras se convierte en un desafío. Fuera de los lugares institucionales, los tecnicismos, los conceptos clave o el adoptar palabras de un discurso nos puede parecer atractivo, incluso describirlo como algo diversx, desitentx, sexoafectivx, pareciera es la alternativa y los debates terminan en “deconstruir”, “soltar”, “liberarse y autocuidarse” y es que lejos de encontrar alternativas que nos den pauta de mirarnos periódicamente (y me incluyo) poco nos cuestionamos: ¿Cómo sabernos en una transformación tangible? ¿Cómo trascender las situaciones o actitudes de violencia y saberse deconstruidx? ¿Cómo generar un mapeo de nuestros procesos? ¿A quién le hablamos cuando le hablamos? ¿Desde dónde escuchamos a quién escuchamos? ¿Desde dónde resolvemos conflictos cuando estos existen? ¿Qué pasa cuando nos equivocamos? ¿De qué nos corresponde hacernos cargo? ¿Qué condiciones existen para hablar y desmantelar al “macho” interno?
El 8 de marzo, la colectiva MUÉGANXS realizó un evento en el Centro Cultural Border llamado “Lxs machos no nacen, se hacen”. Fui convocada a lado de personas que a través de distintas disciplinas y acciones construyen alternativas para cuestionar, reflexionar y transformar los espacios desde la creatividad y desmantelar a aquel macho impuesto como un deber ser.
Mi intervención la pensé desde el acto de la honestidad radical de desnudar la propia historia, los momentos clave, las personas en mi vida, los significados, las situaciones en la infancia, la adolescencia y en este momento, la juventud, tratando de encontrar sentido a las preguntas que me hacía en un inicio.
En aquel evento narré cada detalle desde mi propia palabra, describí todas las experiencias que tuve al no haber cumplido con las expectativas sociales desde la infancia, quité la vergüenza impuesta por desnudar mi historia, reconocí los claroscuros, las vivencias, y el sin fin de matices que hoy abrazo, de los cuales aprendo y me hacen ser la persona que soy.
Hablé de mis emociones con palabras tangibles, empáticas e hice frente al diagnóstico del discurso médico, a cualquier interpretación desde las ciencias sociales o quienes insisten en mirarnos a las personas trans* como objetos de estudio y someter nuestra voz a una forzada interpretación.
Llegó un momento crucial en la intervención que compartí, y en palabras más, palabras menos, dije en voz alta: “Sí también la he “cagado”, sí también he sido machista en mi vida, sí también he violentado, sí también me he equivocado, sí también he crecido con el mundo que nos rodea y Que lance la primera piedra quien esté libre de machismo…”.
El silencio se hizo, todas las personas nos volteamos a ver.
-¿Todxs hemos sido machistas, no?, pregunté. Un silencio lo confirmó.
Coincidimos, entre risas nerviosas, que darnos cita en lugares convocados desde los feminismos no es la respuesta a todo, y preguntarnos si ese espacio tiene las condiciones de diálogo y sincerarnos de que “también somos o hemos sido machistas” es la clave. En una acción crucial todxs escribimos con pluma y papel a qué renunciamos y qué asumimos. Fue un proceso personalísimo, sin dar cuenta a alguien más o sin asumir una superioridad moral o que sea bajo compromiso de “ser mejor persona”. Lo siguiente fue envolver ese papel y ponerlo en un lugar en común. Aquello fue encendido y puesto en llamas.
Fotografía: Colectiva MUÉGANXS 2018
Cada quien vio a su propio macho arder por un momento y reconocer que es un proceso continuo que de nada sirve ponernos en un banquillo de acusados, callar los errores si es que a partir de ellos se aprende; tampoco el repudio o la sensación de aislamiento es la solución, hay distancias y silencios que son sanos, denuncias que son necesarias, reparaciones del daño que hay que hacerse cargo, muy desde el proceso de cada quién y pensarlo fuera de las lógicas punitivas del Estado.
– ¿Después del fuego qué? Reflexiones
Reconocer la complejidad de los procesos es apelar a la conciencia, aquella que como lo dice su propio origen, conscientia (latín) es hacer con conocimiento. Hacer, ser, estar, vivir con consciencia es un desafío cuando también existen actos no conscientes o inconscientes que definen muchas veces los patrones en donde se nos termina o terminamos colocándolos.
Es ahí donde la consciencia también es un llamado a sentirnos con la capacidad de accionar frente a las situaciones que vivenciamos, de hacernos cargo de sí mismxs y delimitar lo que está en nuestras manos y a la vez delimitar lo que es responsabilidad de lo que está fuera de nosostrxs, por ejemplo, un Estado o de todo aquello que está fuera de nuestra responsabilidad.
Cuando busqué un tema y un título y puse “el que esté libre de machismo que tire la primera piedra” apelé a la intervención creativa de esta narración bíblica y católica que hemos heredado, aquella donde la metáfora es una invitación a reconocer “los propios pecados” y sus consecuencias, según la propia doctrina católica.
Es ahí dónde es posible encontrar un ejercicio bastante legítimo para usar esas metáforas que aprendimos con la cultura o la religión y llevarlas a la creatividad. No sólo como metáfora, sino como un principio para mirar la educación que mamamos, que nos enseñó a nombrar, determinar o incluso a resolver bajo ciertos métodos. Por ejemplo, la lógica de señalar, avergonzar, estigmatizar con cara al arrepentimiento o culpa es algo que tenemos muy interiorizado, es una lógica desde el castigo. Son formas punitivas e inquisidoras que alimentan un sistema basado en el miedo, en la arbitrariedad y no en la conciencia u otras alternativas fuera de las lógicas de ejercer poder.
– Y ¿ las experiencias trans* pueden ser detonadoras de transformación?
Las experiencias desde las transiciones que hacemos las personas trans, tienen en común algo: reconocerse a sí mismx desde un acto de honestidad radical; y, a su vez, reconocer la capacidad y potencia transformadora en el cuerpo, la identidad, el deseo, los vínculos, los afectos y en la vida propia frente a los desafíos impuestos es una acto no sólo de resistencia sino detonador que irrumpe en los espacios.
Trasladar la experiencia de transicionar es asumir que la forma en la que fuimos socializadxs no es destino y reconocer las propias transiciones es saberse con la capacidad de descolocarse y hacer frente a aquel mundo construido desde las lógicas del abuso, la competencia, la misoginia, el poder, el saqueo, la colonización, la supremacía, las violencias y las desigualdades.
Algo que encuentro en común con las luchas sociales que apuestan por la transformación de hacer posible un mundo donde quepan otros mundos y las transiciones de las personas trans* es la forma en la que visualizamos el horizonte donde el proyecto principal es con el cuerpo propio y la construcción de una ética que nos sostenga frente a las adversidades a lado de las redes que en el camino se tejen.
Construir desde la experiencia trans o desde la experiencia del reconocimiento de la potencia de las transiciones no es una única fórmula ni la receta o un tema de superioridad moral, sino es una alternativa que encuentro necesaria mirar en estos tiempos donde pareciera que la desesperanza frente a las violencias y la impunidad agota día a día el cuerpo.
Cuando las personas trans estamos en un espacio ponemos una ruptura con nuestro cuerpo. En un mundo donde no basta decir “yo no discrimino”, “yo ayudo en casa”, lo transgresor es poner una ruptura cuando lo que se vive es un clima de violencia constante hacia las mujeres, personas trans, indígenas, con diversidad corporal y todas las vidas que no entran entran en los marcos de “la normalidad”. La normalidad entendida como el mito más violento que ha justificado muertes, agresiones y segregación.
Cuando hablamos de una persona trans es necesario que en principio esa persona se reconozca como trans, ya que agenciar la palabra trans como identidad política es un ejercicio que muchas veces surge de la necesidad de encontrarse en resistencia de nombrarse frente a un sistema cisnormativo que insiste que nuestra corporalidad es distinta cuando se va al médico, se hace un trámite, con la familia o algo tan simple como ir al baño. La experiencia trans trae consigo generar estrategias y estar en una red de apoyo; si bien no tendría que ser necesario es una forma en la que sobrevivir colectivamente nos da fuerza cuando incluso el cuerpx se agota en un mundo donde ser valiente es la única alternativa, y sí, también agota.
Seguramente habrá más experiencias desde las transiciones y es justo eso: acercarnos, descubrirnos en transición, saber que esas personas que una vez fuimos podemos hoy no ser y permitirnos reconocer las transiciones con quien estamos en nuestros procesos.
Algunas veces habrá que saber pedir ayuda, atenderse las emociones, voltear una mirada a la historia de cómo fuimos construidxs, nuestros patrones, los duelos y los ciclos que nos acompañanan.
¿He tenido esta sensación anteriormente? ¿Qué me duele? ¿Qué expectativas he depositado? ¿Sé lidiar con mi propia soledad? ¿De qué puedo hacerme cargo? ¿En dónde termina la frontera entre la responsabilidad del otro y la propia?
Hacer un mapeo, un mapeo no sólo frente al espejo físico sino también uno metafórico y preguntarnos en este proceso continuo: ¿hacia dónde estamxs dispuestxs a transicionar?
No es lo mismo escribir de nosotras que con nosotras […]
Lohana Berkins.
Escribir sobre la vida propia es un acto completamente político, pues no se trata de solamente plasmar la autobiografía como acto estático sobre el papel, sino que implica hacer de las letras un entramado vivo de emociones, sentimientos, experiencias, encuentros, desencuentros y múltiples realidades de deseo que habitan nuestro interior.
Ha sido la vida de las personas que han dejado huella en nosotras y en el acontecer del mundo las que han hecho historia, y la historia misma, entonces, es tiempo de echar raíces con nuestra vida y cimentar el amplio paradigma de la memoria que prevalece a través de la escritura y el sentir y por qué no, proponer otras formas de hacer teoría, porque la vida también debería fundar la teoría, sí como el cuerpo.
Aún recuerdo aquellos años de primaria y secundaria en los cuales uno de los ejercicios era escribir la propia historia de vida y hacer un recuento de lo vivido. Un proceso difícil y continuo que ocupa un mayor volumen conforme pasan los días y las historias y que nos hace enfrentarnos con la archiva propia, como una propuesta de encuentro, desencuentro y sanación, pues no resulta nada fácil escarbar en el pasado; una se encuentra con heridas, cicatrices, oscuridad y terrenos punzocortantes que siempre están ahí acompañándonos y que nos recuerdan que sobrevivimos; de vez en cuando es necesario descender al abismo, donde también hay vida.
Siento muchas emociones al encontrarme sentada frente a la computadora escribiendo sobre este tema, pues casi siempre leo artículos, tesis, informes u otro tipo de documentos sobre personas trans* escritas por otras manos que en la mayoría de los casos, no desean construir con nosotras; nos utilizan como objeto de estudio y como casos pertinentes para exotizar y para autoadjudicarse una imagen políticamente correcta disfrazada de extractivismo académico o periodístico que goza de esta acción de extraer la vida y las voces de los otrxs para escribirla sin convocar a quienes les pertenece este saber.
Es aquí donde podemos formular la pregunta recurrente ¿qué pasa con la escritura de las personas trans*? Sin la escritura de las personas trans* no podríamos aproximarnos a esa otra realidad que buscamos día con día en nuestro andar que se traduce en las batallas que combatimos, encarnamos y que nos atraviesan el cuerpo, los cuerpos.
Es tiempo de retomar nuestra propia historia como acto de resistencia y como antecedente para construir nuevas formas de conocimiento, nuevos saberes y experiencias a través de anti-metodologías íntimas de transición, narraciones encarnadas que prevalezcan y desde donde podamos, incluso gestar alianzas entre personas y movimientos. Cada día me veo, nos vemos, obligadas a actuar y, quizás, lo hagamos desde el desorden.
Somos nosotras las personas trans* quienes llevamos nuestro saber de la frontera al centro, ponemos en contacto al mundo capitalista y neoliberal con otras realidades gestadas en la periferia, el límite y lo invisible. Todas las historias de dolor que nos habitan y que están conectadas con el rechazo, la invisibilización, la incertidumbre diaria, la pregunta por la vida y la muerte o la lucha por ser nombradas como lo que hemos elegido son la fuente que hace emanar nuestro conocimiento y nuestra resistencia continua.
Son nuestras ancestras también quienes hacen posible este proceso de aprendizaje. Cada una de las que nos ha quitado este estado habitan nuestro cuerpo y reconfiguran nuestra valentía porque hasta eso nos ha negado la historia y nosotras no lo vamos a permitir, somos legado espiritual, curanderas por naturaleza y entidades transformadoras de los sistemas tan violentos que habitamos.
¿Pero qué y cómo sería una escritura trans*? Una escritura trans es una escritura que se desprende de la justificación teórica y la explicación objeto-científica que ha imperado a lo largo de la historia sobre nuestros cuerpos. Nuestra escritura no necesita otra justificación más que la propia, pues son nuestras historias las que necesitan justificar que hay otras formas de habitar el mundo, los cuerpos, las identidades y los afectos. Formas infinitas y coloridas de vivir y de sentir.
Hemos mostrado históricamente, querer estar en las cosas que hacemos y sabemos, con la propia subjetividad, renunciando a la abstracción y a lo universal con el poder que ello pueda dar, para no perder el contacto con las cosas y así sentirlas y saberlas. El desprecio por los saberes enraizados en la experiencia viva de las personas trans*, pienso que daría lugar a ciencias humanas sin sentido, a una justicia ciega y violenta, a una escuela que no sabe enseñar, a una política de adeptos al trabajo, a una sociedad de extraños. Con nuestra escritura trans* hacemos ver que existen otros saberes que se alimentan del intercambio con nosotras y que es también nuestro ser cuerpo: ser a la vez cercana y lejana, silenciosa y locuaz, depositaria de secretos primordiales, amoras que proponemos la libertad.
*El asterisco engloba múltiples identidades trans que se escapan del binario, lo complejiza.
La última imagen es la que cuenta. Para mí, Angela, será satisfactorio arreglarte para que se queden con el mejor imagen y te recuerden siempre…
El embalsamamiento es el proceso de preservación, desinfección y presentación estética de un cadáver humano, en el cual vamos a atrasar el proceso de descomposición y disminuir el dolor visual ante los familiar y amigos. Asimismo, vamos a darle una velación digna a la persona finada.
Éste proceso consiste en una técnica por donde el cuerpo es tendido en la plancha o mesa de acero, en la cual se despoja de toda ropa o mortaja y empezamos con masajes en los músculos para remover el rigor mortis (endurecimiento muscular). Las facciones se arreglan antes de una inyección de químicos, ya que después de que el cuerpo haya sido inyectado es difícil reacomodar labios y ojos.
Continuando con el proceso, se realiza la localización del sistema vascular por medio de una incisión menor a cuatro centímetros por el área -ya sea femoral, carótida, etc., depende de la complexión corporal-; cuando se encuentran la vena y la arteria, por la incisión hecha se introduce una cánula para la inyección del químico compuesto. Al mismo tiempo se drena la sangre por la vena principal y así evitar la descomposición de los tejido ya que este es uno de los factores principales de los órganos.
Seguimos con este procedimiento. Ahora vamos a aspirar los líquidos naturales del cuerpo (sangre, orina, heces fecales, gas, etc.). Esto se hace con un instrumento llamado “trocar”, el cual se introduce haciendo un orificio abajo de la última costilla, este es conectado a una bomba de aspiración. Terminamos con la limpieza del cuerpo, la vestimenta y el arreglo estético, sea mujer u hombre.
Mi nombre es Ángela y esto es mi pasión. Nosotros los embalsamadores no somos nada insensibles ni sangre fría como dice la mayoría de la gente. Somos como tú, como cualquier persona. Lo que nos diferencia de las demás es el amor a esta profesión y lo digo como mujer: hay un respeto tanto para la persona fallecida, para el familiar y para nosotras las mujeres que realizamos esta hermosa labor.
Estar ante una persona fallecida te trae a la mente la familia, los hijos, la propia vida. Se valora mucho… se ama la vida.
Tantas experiencias que día a día se viven…
En el momento de estar presente en una preparación nunca me siento sola: hay una presencia, quizás la de la persona que voy a preparar o de algún alma que anda vagando. Jamás me siento sola, se manifiestan de diferentes formas y es porque agradecen el que mitigamos el dolor haciendo que se vean que están dormidos, inhertes para nosotros, dormidos para ellos.
Una ocasión tuve la fortuna de preparar un angelito. La mamá, devastada del dolor, dolor que jamás se compara ante ninguna otra pérdida. Terminé mi preparación y al salir para presentar mi trabajo decidí mejor enseñarle a su bebé llevándolo en mis brazos. De pronto mis oídos escucharon el arrullo más hermoso que pude haber escuchado. La mamá lo tomó en sus brazos y su llanto lo cambió por una canción de cuna. La dejé ahí sola con su ángel por dos horas. Me sentí mal al separarla ya que en ese momento ella debía aprovechar tenerlo en sus brazos por última vez.
Otra ocasión conocí el amor verdadero. Una señora, 76 años. Diabetes e infarto agudo al miocardio fueron las causas para quitarle la vida a Doña Elena (Elenita como le decía su esposo). No entraré en más detalles, creo están de más. Al presentarle el resultado al señor, fue una combinación entre amor y dolor, sus lágrimas rodaron, una sonrisa pintada traía Don Jesús. Su expresión: “Elenita, qué hermosa te dejaron, hasta muerta no dejas de ser hermosa y así jamás dejarás de ser el amor de mi vida. Aquí te entrego, mi Elenita. Yo estaré contigo en vida. Espérame así de hermosa que yo te alcanzare”. A las pocas semanas puse un traje gris, rasure, realicé un nudo de corbata. Tenía en mis manos a Don Jesús con una bella sonrisa.
Y así muchas anécdotas podría contar. Casi no veo a mis hijas, pero la entrega que tengo hacia mis muertitos es mucha. Y siempre, siempre los honro.