El que esté libre de machismo que tire la primera piedra…Las experiencias trans* como detonadoras de transformación – Jessica Marjane
Por Jessica Marjane
– Lxs machos no nacen, se hacen.
Experiencia desde la intervención.
En los espacios que nos convocan desde los feminismos a encontrar alternativas transformadoras de ser, vincularnos y hacer lo personal político, hablar con las propias palabras se convierte en un desafío. Fuera de los lugares institucionales, los tecnicismos, los conceptos clave o el adoptar palabras de un discurso nos puede parecer atractivo, incluso describirlo como algo diversx, desitentx, sexoafectivx, pareciera es la alternativa y los debates terminan en “deconstruir”, “soltar”, “liberarse y autocuidarse” y es que lejos de encontrar alternativas que nos den pauta de mirarnos periódicamente (y me incluyo) poco nos cuestionamos: ¿Cómo sabernos en una transformación tangible? ¿Cómo trascender las situaciones o actitudes de violencia y saberse deconstruidx? ¿Cómo generar un mapeo de nuestros procesos? ¿A quién le hablamos cuando le hablamos? ¿Desde dónde escuchamos a quién escuchamos? ¿Desde dónde resolvemos conflictos cuando estos existen? ¿Qué pasa cuando nos equivocamos? ¿De qué nos corresponde hacernos cargo? ¿Qué condiciones existen para hablar y desmantelar al “macho” interno?
El 8 de marzo, la colectiva MUÉGANXS realizó un evento en el Centro Cultural Border llamado “Lxs machos no nacen, se hacen”. Fui convocada a lado de personas que a través de distintas disciplinas y acciones construyen alternativas para cuestionar, reflexionar y transformar los espacios desde la creatividad y desmantelar a aquel macho impuesto como un deber ser.
Mi intervención la pensé desde el acto de la honestidad radical de desnudar la propia historia, los momentos clave, las personas en mi vida, los significados, las situaciones en la infancia, la adolescencia y en este momento, la juventud, tratando de encontrar sentido a las preguntas que me hacía en un inicio.
En aquel evento narré cada detalle desde mi propia palabra, describí todas las experiencias que tuve al no haber cumplido con las expectativas sociales desde la infancia, quité la vergüenza impuesta por desnudar mi historia, reconocí los claroscuros, las vivencias, y el sin fin de matices que hoy abrazo, de los cuales aprendo y me hacen ser la persona que soy.
Hablé de mis emociones con palabras tangibles, empáticas e hice frente al diagnóstico del discurso médico, a cualquier interpretación desde las ciencias sociales o quienes insisten en mirarnos a las personas trans* como objetos de estudio y someter nuestra voz a una forzada interpretación.
Llegó un momento crucial en la intervención que compartí, y en palabras más, palabras menos, dije en voz alta: “Sí también la he “cagado”, sí también he sido machista en mi vida, sí también he violentado, sí también me he equivocado, sí también he crecido con el mundo que nos rodea y Que lance la primera piedra quien esté libre de machismo…”.
El silencio se hizo, todas las personas nos volteamos a ver.
-¿Todxs hemos sido machistas, no?, pregunté. Un silencio lo confirmó.
Coincidimos, entre risas nerviosas, que darnos cita en lugares convocados desde los feminismos no es la respuesta a todo, y preguntarnos si ese espacio tiene las condiciones de diálogo y sincerarnos de que “también somos o hemos sido machistas” es la clave. En una acción crucial todxs escribimos con pluma y papel a qué renunciamos y qué asumimos. Fue un proceso personalísimo, sin dar cuenta a alguien más o sin asumir una superioridad moral o que sea bajo compromiso de “ser mejor persona”. Lo siguiente fue envolver ese papel y ponerlo en un lugar en común. Aquello fue encendido y puesto en llamas.
Cada quien vio a su propio macho arder por un momento y reconocer que es un proceso continuo que de nada sirve ponernos en un banquillo de acusados, callar los errores si es que a partir de ellos se aprende; tampoco el repudio o la sensación de aislamiento es la solución, hay distancias y silencios que son sanos, denuncias que son necesarias, reparaciones del daño que hay que hacerse cargo, muy desde el proceso de cada quién y pensarlo fuera de las lógicas punitivas del Estado.
– ¿Después del fuego qué?
Reflexiones
Reconocer la complejidad de los procesos es apelar a la conciencia, aquella que como lo dice su propio origen, conscientia (latín) es hacer con conocimiento. Hacer, ser, estar, vivir con consciencia es un desafío cuando también existen actos no conscientes o inconscientes que definen muchas veces los patrones en donde se nos termina o terminamos colocándolos.
Es ahí donde la consciencia también es un llamado a sentirnos con la capacidad de accionar frente a las situaciones que vivenciamos, de hacernos cargo de sí mismxs y delimitar lo que está en nuestras manos y a la vez delimitar lo que es responsabilidad de lo que está fuera de nosostrxs, por ejemplo, un Estado o de todo aquello que está fuera de nuestra responsabilidad.
Cuando busqué un tema y un título y puse “el que esté libre de machismo que tire la primera piedra” apelé a la intervención creativa de esta narración bíblica y católica que hemos heredado, aquella donde la metáfora es una invitación a reconocer “los propios pecados” y sus consecuencias, según la propia doctrina católica.
Es ahí dónde es posible encontrar un ejercicio bastante legítimo para usar esas metáforas que aprendimos con la cultura o la religión y llevarlas a la creatividad. No sólo como metáfora, sino como un principio para mirar la educación que mamamos, que nos enseñó a nombrar, determinar o incluso a resolver bajo ciertos métodos. Por ejemplo, la lógica de señalar, avergonzar, estigmatizar con cara al arrepentimiento o culpa es algo que tenemos muy interiorizado, es una lógica desde el castigo. Son formas punitivas e inquisidoras que alimentan un sistema basado en el miedo, en la arbitrariedad y no en la conciencia u otras alternativas fuera de las lógicas de ejercer poder.
– Y ¿ las experiencias trans* pueden ser detonadoras de transformación?
Las experiencias desde las transiciones que hacemos las personas trans, tienen en común algo: reconocerse a sí mismx desde un acto de honestidad radical; y, a su vez, reconocer la capacidad y potencia transformadora en el cuerpo, la identidad, el deseo, los vínculos, los afectos y en la vida propia frente a los desafíos impuestos es una acto no sólo de resistencia sino detonador que irrumpe en los espacios.
Trasladar la experiencia de transicionar es asumir que la forma en la que fuimos socializadxs no es destino y reconocer las propias transiciones es saberse con la capacidad de descolocarse y hacer frente a aquel mundo construido desde las lógicas del abuso, la competencia, la misoginia, el poder, el saqueo, la colonización, la supremacía, las violencias y las desigualdades.
Algo que encuentro en común con las luchas sociales que apuestan por la transformación de hacer posible un mundo donde quepan otros mundos y las transiciones de las personas trans* es la forma en la que visualizamos el horizonte donde el proyecto principal es con el cuerpo propio y la construcción de una ética que nos sostenga frente a las adversidades a lado de las redes que en el camino se tejen.
Construir desde la experiencia trans o desde la experiencia del reconocimiento de la potencia de las transiciones no es una única fórmula ni la receta o un tema de superioridad moral, sino es una alternativa que encuentro necesaria mirar en estos tiempos donde pareciera que la desesperanza frente a las violencias y la impunidad agota día a día el cuerpo.
Cuando las personas trans estamos en un espacio ponemos una ruptura con nuestro cuerpo. En un mundo donde no basta decir “yo no discrimino”, “yo ayudo en casa”, lo transgresor es poner una ruptura cuando lo que se vive es un clima de violencia constante hacia las mujeres, personas trans, indígenas, con diversidad corporal y todas las vidas que no entran entran en los marcos de “la normalidad”. La normalidad entendida como el mito más violento que ha justificado muertes, agresiones y segregación.
Cuando hablamos de una persona trans es necesario que en principio esa persona se reconozca como trans, ya que agenciar la palabra trans como identidad política es un ejercicio que muchas veces surge de la necesidad de encontrarse en resistencia de nombrarse frente a un sistema cisnormativo que insiste que nuestra corporalidad es distinta cuando se va al médico, se hace un trámite, con la familia o algo tan simple como ir al baño. La experiencia trans trae consigo generar estrategias y estar en una red de apoyo; si bien no tendría que ser necesario es una forma en la que sobrevivir colectivamente nos da fuerza cuando incluso el cuerpx se agota en un mundo donde ser valiente es la única alternativa, y sí, también agota.
Seguramente habrá más experiencias desde las transiciones y es justo eso: acercarnos, descubrirnos en transición, saber que esas personas que una vez fuimos podemos hoy no ser y permitirnos reconocer las transiciones con quien estamos en nuestros procesos.
Algunas veces habrá que saber pedir ayuda, atenderse las emociones, voltear una mirada a la historia de cómo fuimos construidxs, nuestros patrones, los duelos y los ciclos que nos acompañanan.
¿He tenido esta sensación anteriormente? ¿Qué me duele? ¿Qué expectativas he depositado? ¿Sé lidiar con mi propia soledad? ¿De qué puedo hacerme cargo? ¿En dónde termina la frontera entre la responsabilidad del otro y la propia?
Hacer un mapeo, un mapeo no sólo frente al espejo físico sino también uno metafórico y preguntarnos en este proceso continuo: ¿hacia dónde estamxs dispuestxs a transicionar?
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