Ocupación: Actriz – Mariana Gajá
Por Mariana Gajá
SEXO: FEMENINO
EDAD: 43
OCUPACIÓN: ACTRIZ
PRIMERA PARTE
Así empezó todo. Llenando un formulario.
Hola, soy Mariana.
Mi ocupación realmente es ser mamá, feliz ama de casa y actriz.
Hace unos años hubiera dicho: Hola, soy Mariana y soy actriz.
Las cosas han cambiado. Mucho.
Y sí , para bien . A veces se pone punk , pero la vamos librando.
Los cuarentas. Llenos de preguntas sin respuesta, de hubieras no alcanzados. De huecos no llenados, de arrugas que aceptar. Hace 20 años yo no me veía así como soy ahora. Hace 20 años ganaba más dinero de lo que gano hoy. Hace 20 años pensaba que a mi edad ya iba a tener una casa propia, una estabilidad económica y un lugar estable en mi profesión. Hace 20 años hacía televisión. Telenovelas donde las rubias, las güeras, éramos un crack. Hace 20 años parecía que mi futuro profesional iba a ser distinto.
Hace 20 años tenía un novio tras otro y sufría de amores, nunca satisfecha, con amantes y amoríos por doquier. Hace 20 años no había encontrado a mi compañero de vida. Hace 20 años no tenía a mis hijas hermosas , motor de mis días. Hace 20 años pensaba que a los 43 ya iba a ser toda una señora. Y lo soy, pero mi alma sigue de 25. Hace 20 años… parece que era mejor, pero creo que no.
Cada decisión lleva implícita una renuncia.
Hace 15 años decidí dejar de lado la televisión y hacer teatro. Vivir del Teatro. No irme a vivir a Miami con un contrato en dólares para hacer tres telenovelas con Telemundo. No.
Quedarme en México y hacer una obra de teatro interesante, de un dramaturgo argentino, con un director que admiro, en un teatro del Centro Cultural del Bosque, pagada por tabulador del INBA.
Y ahí decidí y renuncié.
La obra fue un éxito. Aprendí un montón, la pasé increíble y mi familia teatral creció en número, amor y admiración. No me arrepiento. De lo que sí me arrepiento es de no haber ahorrado en el momento en que hacía telenovelas. Ganaba tan bien y todo me lo gasté. TODO. En viajes, en mantener a uno que otro muchacho. En regalos… para ellos, casi siempre. Uff. En fin. Así fue…
Pasaron los años y la televisión ya no quiso a las rubias. Pero la verdad no me importó pues estaba muy a gusto haciendo teatro. Teatro escolar en las mañanas. Temporada los lunes en la cafetería del Helénico con un monólogo de una novia que se escapa de su boda. Amaba hacerlo. Temporada con otra obra de jueves a viernes en el Benito Juárez.
Y, porqué no, una nochecita cabaretera en El Vicio.
Prácticamente vivía en los teatros. De 8 a 10 funciones a la semana. Si sumamos los ensayos de proyectos próximos, pasaba más tiempo en ficción que en la realidad. Y mi realidad era que no me alcanzaba para pagar mi renta. Tenía deuda en el banco. Pedía prestado para vivir. Y empezaba una relación con el que ahora es padre de mis hijas. Y hacía Teatro.
Las veces que quise regresar a la televisión me cerraban las puertas.
– Ahora las historias que se cuentan en nuestro país son las historias de los morenos, de los prietos, de los rurales . Y ahí no hay güeros.
Me decían.
Me siguen diciendo.
– Gracias por participar.
Pero soy mexicana . Güera de la Mixcoac.
– Así las cosas … No güeros, plis.
Decido aplicar a la Compañía Nacional de Teatro.
Gran decisión.
Gran renuncia.
Decisión: formar parte de un elenco estable. Con una mística de trabajo. Un proyecto social, de comunidad. Trabajar en lo que más me gusta hacer en la vida. Y becada. Un paraíso para el actor.
Renuncia: a una carrera personal. Un nombre en el ambiente artístico. Un lugar “exitoso” dentro del gremio. Un lugar en el cine o en la televisión. En fin, ser “famosa”.
Seis años en la CNT.
Seis años increíbles.
Seis años donde sí pude hacer una película (en la que, por cierto, me pintaron el pelo). Me veo bien con pelo obscuro. Pero soy güera.
Me nominaron a un Ariel, no me lo gané.
Pero estoy segura que si Lisa Owen no hubiera estado en mi terna, modestia aparte, era mío. Quizá si hubiera sido rubia amarilla como soy no me hubieran ni nominado. Nunca lo sabré.
“No Quiero Dormir Sola”, se llama la película.
Sí, me gustó.
Lo hice bien.
Pero confieso que me gusta más el teatro.
En esos seis años nació mi hija María.
Nació llena de gracia.
Mi luz.
Mi alegría.
Mis lágrimas.
Mi motor.
Hace seis años estaba embarazada de María, la felicidad.
Haciendo teatro.
Una obra bellísima.
El Círculo de Cal.
Grusha… se fue a las montañas.
Cantaba.
Reía.
Bordaba.
Llena de ilusión.
A los 42 años me volví a embarazar.
Después de intentar casi año y medio y no lograrlo.
Después de renunciar a la Compañía Nacional de Teatro y decidir irme a vivir a Colombia con mi familia un año. Seguir los pasos de mi pareja. Darme un tiempo para ser mamá y esposa. “Deja de actuar un año, no pasa nada”, pensé.
Sí pasó.
Extrañé el teatro horrible.
Me dio crisis de la edad.
De pronto me sentí vieja, poco talentosa, pasada de moda.
Gorda.
Y man-te-ni-da.
Sin independencia e-co-nó-mi-ca.
Uff…!
Todo un tema.
A la lejanía y todo nuevo no lo sentía tanto. Mi estancia en Colombia fue maravillosa y no me arrepiento. Conocí lugares bellísimos. Hice amistades hermosas y para siempre. Vi unos cielos y unas estrellas. Tocas las nubes. Comí los mejores plátanos y papayas del mundo. Bailé, bebí, viajé.
En fin, una gozadera bacana.
Pero regresar a mi cotidianidad a la Ciudad de México y no tener trabajo, ni ganar dinero y estar embarazada fue difícil.
Sentí culpa.
¿Un embarazo tan deseado y no estar feliz?
Y llegó así el momento en que solté.
En el momento en que dije
“Ya fue”.
No voy a poder embarazarme otra vez . Suelta. Vende todo lo de bebé. Regala tu ropa de embarazo. Ponte a hacer ejercicio. Tómate unas fotos nuevas. Busca un agente. Vuelve a chambear.
¡¡¡Pum!!!
Predictor: Positivo.
Día siguiente: Temblor 19-S-2017
Y literal, temblor en mi vida.
La tierra se movió y todos mis sentimientos también.
Embarazada a los 41.
Sin trabajo.
Sin ahorros.
Con una hija y un esposo maravilloso.
SEGUNDA PARTE
Aceptar que estoy embarazada.
Aceptar que la tierra se mueve.
Por el temblor perdí dos trabajos. Los teatros se dañaron.
Aceptar que por estar embarazada perdí tres trabajos, pues la vida es redonda.
Aceptar que ser actriz rubia y embarazada en este país significa desaparecer.
Nadie te va a contratar.Nadie.
¿Qué hacer?
Levanta un proyecto.
Da un taller.
Vende alguna cosa.
No tengo ganas.
¡Quiero actuar o dormir!
Soy pésima para trabajar sola.
No tengo la capacidad para dar un taller.
Soy pésima para vender.
Sí, me deprimí, solo quería dormir, llorar.
Así las primeras semanas.
Así los primeros meses.
Y súmale el malestar físico de los primeros meses de embarazo.
Y la ciudad y la gente devastada, en ruinas.
Miedo.
Alarmas y ansiedad.
Escuchaba la alarma en todas partes.
Me mantuvo de pie y de buenas mi hija y la luz de sus ojos, y una obra de teatro que tuve la fortuna de que no me dijeran que mejor no por mi embarazo. Bendito y solidario Martín.
Ensayos.
Estreno.
Funciones, solo 12.
Doce días duró mi felicidad escénica.
Doce días bastaron para darme cuenta que la felicidad cabe en un camerino. En los ojos de mi compañero. En ordenar mi utilería. En sentir nervios en la tercera llamada. En resolver la nota que dio el director el día anterior y también en hacer un desayuno nutritivo para mi hija de casi cinco años.
12 días.
Durante ese proceso de ensayos y de funciones tuve varias crisis.
La primera.
Semana 11 de embarazo.
Primer estudio estructural y genético del feto.
Marcadores que le llaman.
Primero, ¿cuál hacerse?
Puta, pinche decisión.
Decidimos por hacernos el ultrasonido estructural y los marcadores de sangre.
Día del ultrasonido.
Nervios.
Me acompañó mi papá.
Todo bien.
Aaaah… livio.
A los tres días, una mañana cualquiera, haciendo el desayuno. Segunda crisis.
Así casual.
Le pregunto a mi esposo.
Él es productor y director de una serie de televisión.
Amor,
¿porqué no me quedé en tu serie?
¿Viste mi casting?
¿Estuvo mal?
Tensión…
Como un tlacoyo sin ganas.
No hay respuesta…
Contesta.
Estás muy güera.
El protagonista es rubio y no quieren a dos güeros en pantalla.
….
…
…
…
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAzote.
Gritos.
Llanto.
Frustración.
Dije cosas horribles.
Que por su culpa no tenía trabajo.
Que haber dejado la Compañía y haberme ido a Colombia había sido un error.
En fin, demonio dolido. Salían de mi boca palabras horribles. Actriz con ego en el suelo.
Él, callado.
Con su mirada profunda y empática que lo caracteriza.
Virtud de mi marido, su prudencia y su temple.
Me dejó gritar, llorar y sólo me dijo:
– Sí, amor, ha estado rudo, te entiendo. Pensé yo también que iba a ser más fácil para ti. No está en mis manos. Paciencia. No dudes de tu capacidad. Eres muy talentosa. Ya llegará. Me abrazó. Y se fue a trabajar.
Mientras lavaba los trastes me fui calmando poco a poco , viendo correr el agua entre platos sucios del desayuno y lágrimas escurridas de impotencia.
A las pocas horas recibo una llamada.
El mismo día de mi rabieta mañanera.
Con los ojos todavía dolidos de tanto llanto.
Era la doctora.
Mi ginecóloga.
Alexandra.
Colombiana.
Ruda.
Clara.
Contundente.
Realista.
Mariana tus marcadores de sangre salieron altos en Síndrome de Down.
Recomendamos hacer otro estudio más específico (cromosómico) para salir de dudas.
Luego este estudio, el que ya me había realizado, por la edad, suele lanzar falsos positivos.
Ven mañana a que te saquen sangre.
Se tiene que mandar a EUA y tenemos los resultados en tres semanas.
Son 18 mil pesos.
Mi cabeza se paralizó por un instante.
Estaba sola en casa con mi hija.
Colgué el teléfono y el llanto volvió para no irse en un buen rato.
Mi hija reaccionó tan solidaria. Me abrazaba y me decía que ya no llorara, que me quería y que todo iba a estar bien.
No pude comer. No podía pensar.
Le llamé a mi mamá. A mi marido. Me escucharon tan mal que dejaron sus cosas y fueron a la casa a verme.
Estaba deshecha.
Me sentía la mujer más frágil y vulnerable del mundo.
Con culpa.
Con miedo.
Culpa y miedo juntos. Horror. Es el infierno, es oscuridad.
No veía la luz.
Todo lo que me decían para tranquilizarme no me reconfortaba.
Solo lloraba.
Lloraba.
Lloré hasta quedarme dormida.
Al día siguiente fui a sacarme sangre. Esta vez fui sola.
Y respiré profundo y dije:
¿Qué puedo hacer?
Nada.
Solo esperar.
Respirar y esperar.
Soy fatalista, obvio pensaba lo peor.
Y la decisión de pareja fue abortar si el resultado salía positivo.
Decisión sumamente difícil después de casi 14 semanas de embarazo.
Ahí me di cuenta de mi vanidad. De mi ego infinito.
De mi solo pensar en mí.
Estoy generando vida.
Que si tengo trabajo, que si no tengo.
Que si quieren trabajar conmigo o no quieren.
Realmente no es importante.
Lo importante es que voy a dar vida de nuevo y deseo con todo mi corazón que todo venga bien.
Así durante tres semanas.
Tres semanas de espera.
Días con la absoluta seguridad de que todo estaba bien y otros con un miedo y angustia horribles ante la incertidumbre.
En fin.
Así pasó.
Durante esas semanas hice varios castings.
Como cinco.
En ninguno me quedé.
Un call back , en Casa Azul.
Roma norte.
Saliendo del call back , donde realmente salí contenta de mi trabajo. (No me quedé, por cierto, pero tuvieron la amabilidad de llamarme para decírmelo).
Una llamada.
Estaba manejando por la calle de Mérida.
Era del consultorio.
Mis resultados estaban listos.
– Espérenme tantito a que me estacione.
Me estacioné en la calle de Tabasco.
Salí del coche y esperé que me comunicaran con mi doctora.
Mariana.
Tus estudios salieron perfectos.
Tu bebé está perfecta.
Todos los pares cromosómicos salieron bien.
¿Quieres saber el sexo?
-Sí.
Es niña.
Empecé a llorar de la emoción.
Agradecí.
Colgué el teléfono y me di cuenta que estaba caminando justo enfrente de lo que era casa de mi abuela paterna.
La recordé.
Le dije:
-Tita, mi niña viene bien.
Tita, como me gustaría tocar el timbre y que me abrieras la puerta y abrazarte y llorar de alegría contigo.
Tita, alguna vez quise comprar esta casa.
Pensé que lo lograría.
No fue así.
Tita, te extraño.
Tita.
Todo eso pasó por mi cabeza.
Inmediatamente después comenzaron las llamadas.
A mi esposo.
Lloramos de nuevo.
Él me dijo: ¿ves? Lo sabía.
Sabía que todo estaba bien.
Solo querían 18 mil pesos.
Mi mamá, mi papá, mi hermana.
Fuimos a festejar.
Comimos en Cluny con mis papás.
Clericot de mi juventud.
Los abracé y lloré de nuevo.
De alegría.
Ahora ya todo eso ha pasado.
Ahora solo veo como poco a poco soy más plena.
Tuve un parto difícil, pero aquí estamos.
Elena preciosa, ya casi de un año.
Soy feliz algunos días. Y desdichada otros.
Voy al teatro y disfruto de verlo y me azoto mucho cuando no lo estoy haciendo.
Trabajar, hacer teatro es mi revolución.
De nuevo caigo. Me frustro. Lloro.
Río. Canto. Hago camas. Lavo platos.
5:30 AM, ¡despierta!
Desayuno, escuela, ensayo y así… la vida.
Termino temporada y a la gente le gusta la obra.
Mucho.
Les gusta mi trabajo.
Me inflo de nuevo.
Me siento bien.
Muchas veces sin dinero.
Otras tantas con.
Me lo gasto.
Siempre me lo gasto.
Sigo sin ahorrar.
En fin.
La vida.
Con dos hijas.
Con un esposo.
Con un perro.
Con sueños.
Ahora me voy a mudar.
Adiós a una casa preciosa.
Adiós.
Adiós.
Se vienen cambios.
Y aquí estaré para recibirlos.
PACIENCIA es la lección.
Mi ritual de fin de año es sacar una carta al azar.
Una carta de un mazo de animales que tengo.
Y esa carta representa al animal que guiará tu camino durante el año.
La carta que me salió fue la hormiga.
Inmediatamente pensé:
A huevo, mucho trabajo.
Hormiguita trabajadora.
¿Y saben qué? Nop.
Hormiguita, hormiguita
que trabajas la paciencia.
Hojita por hojita.
Paso a pasito.
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