Mi vida y el salmón – Nora Huerta
Por Nora Huerta
Me hice feminista por estilo de vida, es decir, primero accioné y después pensé. Todo comenzó casi por azar, con un trabajo donde tuve la oportunidad de conocer la realidad de las mujeres de este país y después entendí que algo en el perfecto engranaje social no encajaba tan bien. Escuché muchas historias de mujeres y en todas resonaba mi propia historia, la historia de las mujeres de mi familia o de las mujeres más cercanas a mi vida. Escuché historias de no poder ir a la escuela por ser mujer, el dominio de la familia sobre lo que se debía y se podía hacer, el abandono de los maridos en la paternidad, la dependencia económica a los hombres de la casa, la violencia física y psicológica dentro y fuera de las familias, la falta de oportunidades, la inseguridad, etc. Eso es cosa de todas -pensé- yy mi propia experiencia de vida me dijo: sí, lo que es de una es de todas. Me di cuenta que mi vida como mujer estaba llena de privilegios. Me sentí como un salmón nadando contra corriente sin saberlo y llegando a la meta por casualidad. Esta era mi realidad privilegiada:
- Mi padre y mi madre me apoyaron en todo lo que quise emprender.
- Tuve la oportunidad de llegar a la universidad (era la tercera mujer de la familia paterna y materna que había llegado).
- Me hice actriz en la UNAM a pesar de que parecía imposible.
En el CUT viví las mejores experiencias.
La vida universitaria se cumplió: conocí a los mejores maestros, compartí en el mejor espacio las más grandes experiencias artísticas, y con el resto del grupo descubrí lo que significaba ser actriz, prestar mi alma, inventar universos, construir la ficción, retarse a sí misma en las clases de acrobacia, caer y levantarse. Que por cierto, abro un paréntesis porque tendríamos que hablar de esa formación que tenemos como artistas que pretende deshacer al ser y borrarlo para que sea tabla rasa, tabula rasa. Un ser que no tenga en cuenta hechos pasados, una tablilla sin inscribir; y que en medio de ese proceso ocurren un montón de abusos. He de decir que nunca fui abusada, pero he sido testigo de un montón de ⎯por decir lo menos- irregularidades. Entonces, abro un paréntesis pero lo cierro en chinga, porque si no, nos perdemos del tema que intento exponer.
Volviendo al punto:
Al pasar por esa vida universitaria me encontré con otras tres locas que buscaban lo mismo que yo: hacerla en los escenarios y ser felices. Segunda o tercera casualidad.
Hicimos compañía porque era mejor estar juntas que estar solas; no la sabíamos en ese momento, pero hoy en día es la única certeza que tenemos y la mejor certeza: mejor juntas para enfrentar al mundo y sus pequeñas grandes sutilezas, por no decir sus problemas y sus chingaderas, mejor juntas que solas.
Otro privilegio:
- Entender que la vida se camina mejor al lado de otras mujeres que sienten igual que tú.
Y hablo de sentir y no de pensar porque aquí viene el hoyo negro en el que nos han metido o en el que constantemente caemos. Nos han dicho mil veces que las mujeres “sentimos” y nos acostumbramos a sentir mucho. El mundo entero aprecia eso, pero poco aprecia lo mucho que pensamos… y una, por más que lo intente, no puede evitar pensar, y en mi trabajo a veces hay que pensar mucho, pensar mucho para convertir en chistoso algo que no lo era por ejemplo, y de tanto pensar y de poner el mundo al revés para hacer humor me reconocí como una mujer pensante y sintiente. ¡¿Qué se hace con eso?! ⎯me pregunté-. ¡Vivir! Me respondí.
Después, una de mis amigas era feminista, y se hizo de una novia también feminista y nos puso a leer y de eso no entendí mucho. Bueno, entendí que el feminismo no mata, el feminismo salva. Entre líneas entendí que era mi vida como mujer la que estaba en juego, y ahí llegó el cabaret a cobrar dimensión, primero porque el teatro hablaba de todo menos de esta sensación de tener el destino marcado por ser mujer y segundo porque el humor era la manera perfecta para hacer resistencia. Me hice cabaretera todo terreno con mis tres amigas, cínica pues. Me enamoré, tuve un hijo con otra mujer, rompí todos los esquemas que estaban a mi alcance y no por “drama”, sino por necesidad de vida. Digamos que me lancé a vivir como Dios me dio a entender. Me equivoqué en todo lo que me he podido equivocar, cometí errores, pedí perdón, y he vivido muchas cosas que hoy me hacen ser esta mujer y no otra. Mientras, el escenario se convirtió en la extensión de libertad de cuatro mujeres independientes. Le hemos dado vuelo a la hilacha, hemos hecho shows buenos, otros muy malos, nos hemos travestido, burlado de los malos de malolandia. Nos hemos confesado, lloramos, nos hemos peleado, pero sobre todo nos hemos reído mucho y hemos hecho lo que hemos querido. Creo que tener la libertad de decir lo que pienso y siento en un escenario me ha ayudado a vivir y a diseñar la vida que quiero. En realidad la relación entre mi vida y el escenario ha sido como la del huevo y la gallina, no sé qué fue primero, no sé si por actuar y escribir he tenido que ser congruente con mi vida o por tomar ciertas decisiones en mi vida he tenido que escribir y hacer lo que hago en el escenario, lo que es cierto es que han sido acciones permanentes en mi existencia y que están profundamente ligadas una con la otra. El escenario me ha obligado a retarme, a imaginar, a no traicionarme, a reinventarme, a comprometerme, pero sobre todo a confiar en lo que pienso y siento. Ahora cuando me subo al escenario siento la necesidad de decirle a las mujeres que tenemos que confiar en lo que sentimos y pensamos, pues tenemos que pensarnos desde otros lugares, lugares más placenteros y libres.
Y la tarea es titánica porque hay que borrar hasta el pensamiento colectivo de la humanidad. Desde el mundo arcaico estamos sometidas a encarnar la virtud, la bondad, la maternidad, la belleza, y todas tenemos lados muy feos, muchas no quieren tener hijos y otras podemos ser muy malas y perversas.
Tenemos que inventar nuevos símbolos, nuevas narrativas que hablen de las mujeres tal cual somos y que reflejen lo que pensamos y deseamos, y eso tenemos que hacerlo nosotras.
Como la cabaretera es mala y liosa, citaré el test de Bechdel, que ayuda a medir la representación de las mujeres en el cine. (Wikipedia)
En la tira cómica «The Rule», uno de los personajes dice que ella únicamente acepta ver una película si cumple con los siguientes requisitos:
- Aparecen al menos dos personajes femeninos.
- Estos personajes se hablan una a la otra en algún momento.
- Esta conversación trata de algo distinto a un hombre.
¿Para que sirve este test? Para descubrir con profunda tristeza que poco se habla de nosotras si no estamos con un hombre.
Ahora preguntaría: ¿Cuántas obras de las que has visto son protagonizadas por mujeres? ¿Y a cuántas les va bien en la historia?
¿Somos invisibles como individuas? Hasta el asesino de Ecatepec es más relevante que las víctimas. ¿Por qué seguimos siendo invisibles? ¿Qué estructuras de poder actúan sobre las mujeres? ¿El teatro está cuestionando esas estructuras? ¿Está buscando romperlas? ¿Se está preguntando a quién le sirven? ¿Quienes las construyen y para qué las mantienen?
No. En el teatro nos seguimos encontrando con muchas historias que refuerzan esa estructura de poder (la de dominio y sumisión). Ya no quiero ver historias donde las mujeres sufren por el amor de un hombre, porque sigue reforzando la idea de que solas no valemos. No quiero ver historias donde la pasión, el deseo o el amor es doloroso y dañino, porque nos fracturan en lo más profundo y valioso. Donde las mujeres se sacrifican por los demás, sienten culpa, o que es su responsabilidad por ser madres, donde son exhibidas como objetos. Donde las mujeres son tontas, frívolas, enredadas, locas, enfermas, donde sufren y no tienen salida, pues todos esos discursos nos condenan a ese destino. No estoy diciendo que no hablemos de la complejidad de las pasiones o las relaciones humanas, pero por favor busquemos una manera de otorgarnos una salida más digna. Para eso tenemos que reinventarnos, hombres y mujeres, cuestionarnos todo. Las mujeres no tenemos la respuesta de cómo debería ser, pero sí sabemos lo que ya no queremos ser y no queremos que se repita como una fórmula natural, porque no es natural no tener los mismos derechos que los hombres, no es natural que la sociedad entera quiera decidir que se hace con el cuerpo de una mujer, no es natural que nos digan cómo se tiene que amar, sentir, y pensar, no es natural que nuestro destino sea el sufrimiento, no es natural que solas no existamos, no es natural que seamos violentadas, agredidas sexualmente, condicionadas por ser mujeres a la fragilidad y a la vulnerabilidad, no es natural que nos asesinen, las mujeres ya no queremos ser víctimas de la vida, queremos ser dueñas y decidir sobre nuestras vidas. Hoy en día, nadie pondría en tela de juicio el derecho de una mujer a ser persona, pero lo seguimos replicando en todos los ámbitos. Toda aquella construcción social que limita a las personas se puede y se debe de-construir.
¿Cuál tendría que ser el juego desde mi punto de vista? Las mujeres tenemos que reconocernos como personas, independientes, completas, libres. Tenemos que ser capaces de imaginar otras posibilidades de relacionarnos, otras posibilidades para ser madres, otras maneras para amar, hacernos cómplices de nuestros cuerpos, atendernos pues, escucharnos y soñar otras maneras de existir. Y esa es una tarea que sólo nosotras podemos hacer. Me gustaría que el teatro hablara de esto, me gustaría que hubiera muchas voces de mujeres que me ayuden a entender quién soy, en dónde estoy parada y hasta dónde puedo llegar, que me ayuden a romper mis límites, que me digan que la felicidad existe, de a ratos, pero existe, que me hablen del placer, que me hablen de lo que significa tener el poder. Que me hablen de historias donde hasta la más chimuela masque tuercas. No quiero que las mujeres tengamos el destino del salmón, no quiero que sea la casualidad la que nos ayude a vivir.
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