¿Es posible contagiar feminismo sin neurosis ni victimización? – Maite Azuela
Por Maite Azuela
Abrí el video viral en el que me etiquetaban por Facebook tanto amigas como colegas e incluso hombres que con orgullo compartían la intervención de una mujer bien documentada para defender la despenalización del aborto, quien debatía álgidamente con un conservador. Estuve a punto de compartirlo, pero me detuve en un abrupto momento de consternación, porque me cayó el veinte de que todo comunica. La frase es un lugar común, lo sé. Pero justamente porque coincido con la causa y con el discurso del Movimiento Marea Verde en Argentina para impulsar la despenalización del aborto, me di cuenta de que, para quienes es un tema poco común y sobre todo para quienes causa resistencias, el lenguaje verbal y no verbal de la vocera más que despertar interés y ganar nuevos aliados, reivindicaba las descalificaciones de nuestros adversarios.
Quienes vieron el video quizá coincidan conmigo, otras, por el contrario, opinen que son esas las formas necesarias para literalmente “alzar la voz y hacernos escuchar”. Incursiono en esta reflexión sólo como una sugerencia para que trabajemos en estrategias de comunicación que tengan como primer objetivo no reproducir las actitudes machistas de las que nos quejamos.
Eso no significa que aquella vocera siempre se comunique de forma bravucona, ni mucho menos que todo el movimiento recurra invariablemente a herramientas de comunicación visiblemente confrontantes. Hay varios videos con este patrón y diferentes protagonistas. No se trata de personalizar, sino de usarlos como referentes aislados para que reparemos en la forma en la que, voluntaria e involuntariamente, abordamos los temas que más apoyo y nuevos aliados requieren. ¿Definimos con anticipación las formas y el lenguaje corporal que utilizaremos antes de iniciar un debate público? No se trata de descartar definitivamente la confrontación, sino de utilizarla estratégicamente a nuestro favor.
Así que aprovecho este espacio chulo de reinas para que, sin flagelarnos, nos atrevamos a deshacer un poco el tejido con el que estamos arropando nuestros discursos y las herramientas de comunicación a las que recurrimos cuando se hace imperante poner un alto al abuso o al autoritarismo impuesto a nuestros derechos y libertades.
Independientemente del tema, la persona y el contexto, ¿escuchan ustedes a quienes interrumpen una conversación a gritos, con manoteo constante y descalificaciones personales? ¿Resisten la tentación de cambiarle de canal al programa que transmite una conversación en la que la neurosis protagoniza el ambiente y diluye cualquier contenido? ¿Podemos impulsar una causa con principios de inclusión cuando a patadas se saca a un hombre solidario de una protesta feminista porque no comparte el género de las convocantes? ¿La identidad del feminismo está tan arraigada en la discrepancia, que resulta una traición intentar plantear ganancias de nuestras propuestas para otros grupos que en principio no las comparten? ¿Sólo con gestos de furia, frustración y desprecio por las ideas conservadoras es posible mostrar una militancia consistente?
Está otra faceta de los estereotipos que resulta más fácil de derribar: “las feministas se victimizan”, pero siendo justas no podemos achacarle sólo a las y los ignorantes la dificultad para empatizar con el dolor y los retos que atraviesan muchas mujeres derivados de diferentes hechos victimizantes o violaciones a sus derechos humanos. Quizá en nuestra réplica hay sutiles, pero contundentes, carencias de matiz. Por eso es indispensable no banalizar la gravedad de esta clasificación con generalizaciones que suelen colocar en la misma denuncia un coqueteo que una violación. Marta Lamas ha reflexionado a fondo sobre este riesgo en su libro Acoso ¿Denuncia legítima o victimización?. De este material hay mucho material que rescatar para este rubro, pero me quedo con una de sus intervenciones cuando utiliza como anexo el texto “Defendemos una libertad de importunar, indispensable a la libertad sexual” con la que se subraya que, quienes queremos educar a nuestras hijas de manera que estén lo suficientemente informadas y conscientes para poder vivir plenamente su vida sin dejarse intimidar ni culpabilizar… los accidentes que pueden tocar el cuerpo de una mujer no necesariamente alcanzan su dignidad y no deben, tan duros como sean algunas veces, hacer necesariamente de ella una víctima perpetua. Porque no somos reductibles a nuestro cuerpo. Nuestra libertad interior es inviolable. Y esa libertad que atesoramos no va sin riesgos ni sin responsabilidades.
* Retomado del anexo: “Defendemos una libertad de importunar, indispensable a la libertad sexual” publicado en el periódico Le Monde este año, e incluido en el libro Acoso ¿Denuncia legítima o victimización? Marta Lamas, Fondo de Cultura Económica, 2018. Pp 158.
Vale la pena mirar en contraste las formas, que igual percibimos hipócritas, de quienes desde su postura conservadora recurren a la calma, la elocuencia, la vocecita suave y complaciente, los silencios “respetuosos”. Un momento… antes de que brinquen, también he visto videos de conservadores neuróticos y beligerantes que interrumpen a las feministas e imponen su voz elevando decibeles. El punto no es quién tiene más de un tipo o del otro, sino qué tan efectivo ha resultado comunicar involuntariamente con patrones machistas las causas feministas.
En este sentido considero urgente que hagamos un ejercicio de autocrítica para entender que, aunque nuestras causas resultan herejía pura para los conservadores y autoritarios, hay amplios grupos que están abiertos a escuchar y a aprender en el camino. Así que vale la pena abrir nuestro espectro de audiencia, diseñar mensajes y lenguajes no verbales pensando más en ellas y ellos cuando comunicamos. Difícilmente moveremos a los conservadores de su postura, no será por nuestros empujones y manotazos que se retiren de su obtuso lugar. Pero cabe la posibilidad de que estemos pasando por alto a quienes desde otra postura menos extremista están dispuestos a escuchar, a entender que somos firmes sin necesidad de gritar y que mantenemos nuestras convicciones sin denostar.
Sacudirnos los estereotipos de lo que ha significado en culturas como la nuestra ser mujer o ser hombre, no implica asumir en automático actitudes y verbalizaciones del rol “opuesto” para demostrar que apostamos por cruzar la infranqueable línea de la inequidad. Implica, con toda la audacia y alevosía que esto requiere, aprovechar que la valentía, la cordialidad y la sensatez, son sustantivos femeninos.
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