Unas palabras al viento…
Por Astrid Hadad
Las palabras no se las lleva el viento y las acciones tampoco.
Pero en este país parece que acciones y palabras se olvidan o se transforman después de cada sexenio para proteger a aquellos que con sus acciones y palabras lograron hacerse de una fortuna con nuestro dinero, haciendo más pobre e infortunada a nuestra Patria.
Esa Patria, que como mujer golpeada y aguantadora, se maquilla el rostro para ocultar la miseria que arrastra, la pérdida de sus hijos cruzando fronteras o haciendo de la violencia un festín, una forma de vida.
A pesar de las humillaciones no deja de ver de frente, buscando como pepenadora los resquicios para construir eso que llaman felicidad, bienestar, utopía o como le quieran llamar, y en esos resquicios encontrar lenguas, intérpretes o cabareter@s que construyan puentes para transitar con humor y rebeldía una realidad que a veces parece invivible.
En una Patria tan vasta el Cabaret apenas es una partícula en ese universo.
En esa inmensidad, navegando contra viento y marea y a veces en aguas cálidas (no hay que abusar de la tragedia, ya lo dijo Ciorán) el Cabaret es la utopía que mantiene los sueños vivos. Esa utopía se mete como la humedad, abre los sentidos para ver que caminos siempre hay y que no hay uno solo. El Cabaret, aunque muchos quisieran achicarlo, minimizarlo, siempre encuentra la vuelta o la flecha para seguir transitando.
Mucho se ha hablado de Brecht y su influencia, pero poco de Erika Mann quien sostuvo hasta el último momento su cabaret : “El Molinillo de Pimienta”, donde hacía una crítica feroz del régimen nazi. Con su resistencia y temeridad ponía su granito de arena, rebelándose ante quienes la querían hacer callar. Aunque duró muy poco, tuvo que huir de Alemania en marzo de 1933 y refugiarse en Zurich, siguió su lucha y allá abrió otro espacio junto a su compañera Therese Giehse, también llamado “ El Molinillo de Pimienta”.
Erika Mann, como otras mujeres en la historia de la humanidad, usó las palabras y el humor para luchar en contra de un régimen que se apoderaba cada vez más de la individualidad de las personas. Ella ofrecía un espacio de libertad para transgredir con alegría las reglas que imponía el Estado.
Unas lo lograron durante un tiempo, como Sor Juana, que aún en la cocina donde la mandaron siguió pensando y escribiendo sobre la esencia de las cosas. Tuvo la suerte de ser glorificada y la mala fortuna de no ser protegida cuando más lo necesitaba. Ya sabemos que la verdadera protección sólo puede venir de arriba… pero no del cielo divino, sino del cielo terrenal donde lo que cuenta es el poder, las conexiones, las amistades, las relaciones.
Muchas mujeres, ante las amenazas de los fuegos, que no artificiales, o a las torturas o la indiferencia que puede ser un arma letal para quien la sufre, tuvieron que tragarse sus palabras.
Otras como la Malinche lograron por su fuerza y su inteligencia incidir en un mundo de hombres donde a las mujeres desde que nacían les arruinaban su futuro. Decía un cronista de los que acompañaron a Cortés que al principió creyó que las mujeres no tenían lengua pues no hablaban. Crecían escuchando que habían nacido para callar, para tejer mantas, procrear hijos y atender al marido.Ese era el destino de una mujer. Nada de que te pones la pluma y bailas el tum-tum para los dioses… Tú a tejer, a la cocina y a parir chayotes que cuando te necesitemos para un sacrificio ya te llamaremos para que primero nos bailes y luego te comamos.
Como ven hemos mejorado, ya podemos ponernos las plumas y bailar al tum-tum que queramos sin que nos quemen en una hoguera aunque la barbarie sobre las mujeres continúa, basta con ver las estadísticas de violencia de género o feminicidios.
La Malinche habló y habló tan bien que le dio a Cortés la clave para entender el pensamiento y la idiosincrasia de los nativos. Eso le permitió usar el descontento como un arma para su beneficio en contra de Moctezuma, creando la ilusión de un futuro mejor… que nunca llegó. Desde entonces, los partidos políticos siguen la tradición, se unen para partirle su madre a otro y los de abajo seguimos cargando las ambiciones de los pocos, porque son pocos pero cómo joden.
La Malinche pagó ser una excepción quedando en la Historia como la figura de la traidora. Nadie habla de los caciques que se unieron a Cortés en contra de Moctezuma, pero ellos eran guerreros, no mujeres.
Después de la conquista, las mujeres quedaron despojadas no sólo de la palabra sino también de sus creencias que eran lo que forjaba la comunidad y les daba la fuerza para continuar en esta tierra, dando sentido a tanto sufrimiento.
Estas mujeres despojadas de la palabra y sus creencias, estas mujeres que parecía que no tenían ni voz ni voto, crearon un lenguaje escondido entre los hilos de sus tejidos. Lo que parecían motivos decorativos para los españoles eran códigos que sólo ellas entendían, oraciones ocultas que seguían manteniendo el culto a los dioses y diosas prohibidas. A través del bordado seguía vivo un mundo de mitos, diosas y bienaventuranzas.
Así quienes hacemos Cabaret somos los tejedores de la palabra, mezclamos el humor con la desesperación, transgredimos los códigos, los desarmamos hasta poner en evidencia su trama absurda, ponemos cuernos al poder y lo desafiamos con nuestras caras pintadas. Entre plumas y lentejuelas pasa el viento refrescante de la libertad, el show es breve, el acto minúsculo, pero “de nube en nube hay lluvia, de gota en gota el mar, hay pasto de hierba en hierba y abejas de flor en flor, de los panales la miel. Uno más uno somos más de dos”.
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