Entre mujeres – Gloria Careaga

Por Gloria Careaga

El reto de escribir libre, fuera de la academia, no ha sido fácil, desde elegir qué quiero compartir, me ha significado recorrer algunos de los pasajes más importantes en mi vida y he encontrado el lugar de las mujeres en ella, así que aquí van. Vivir entre mujeres es una de las mejores experiencias que la vida me ha dado. Con certeza haber llegado al feminismo me ha permitido construir distintos nichos donde las mujeres somos las principales protagonistas, pero no solamente te permite vivir y convivir entre mujeres, sino que te lleva a mirar atrás y encontrarte con las mujeres que de distintas maneras han definido tu entorno y tu vida.

No quiere esto decir que hay una negación del papel que los hombres han tenido en este recorrer de los años, no. No obstante, el significado que adquieren unos, que tal vez podría contarlos con los dedos de las manos, no alcanza para ponderar el valor de ese amplio e incontable número de experiencias que he tenido con las mujeres. Sí, recuerdo la sensación de las manos apretadas con mi padre al caminar en los primeros años de infancia, sus enseñanzas y rutas marcadas. La disciplina y los desafíos impuestos que me han llevado a ser quien soy. Pero también recuerdo la compañía cercana de mi madre haciendo las tareas escolares, en las clases de música, juntas en la cocina y el compartir cómplice de un trago o un cigarro. Tal vez con el correr de los años una valora más las experiencias vividas y los recuerdos de las visitas familiares a las casas de las abuelas, la conviviencia con las tías y las primas van adquiriendo otros sentidos y las amigas van definiendo rutas profundas. Pero es claro que las mujeres a lo largo de la historia tenemos muchas oportunidades para compartir y convivir juntas e irnos contruyendo.

A mi me tocó vivir la infancia con mujeres valerosas que sin venir de condiciones cómodas sacaron adelante a sus familias, desarrollaron proyectos propios y fueron más allá de los límites de su época. No tuve la oportunidad de disfrutar a las abuelas por mucho tiempo. Yo nací en el 47 y mi abuela materna, Macaria, murió en el 52. Pero tengo lindos recuerdos de recorrer su larga casa con enormes roperos antiguos. Ella llevó a Tepic, Nayarit los periódicos nacionales y distribuía todo tipo de revistas. La casa tenía ese olor a papel y tinta, y todos los días había que organizar los diarios y apilar las revistas. No sé si yo contribuí en algún momento a su trabajo o al de mi tío Miguel que continuó el negocio. Mi abuela paterna, Sara, murió en el 55, vivía en un edificio inclinado en la calle de Londres de la Ciudad de México. Era muy impresionante a la vez que divertido ver cómo las canicas y los carritos se movían solos en el departamento. Ella era la maestra de 6to. en una escuela primaria. Macaria tuvo cinco hijos y cuatro hijas. Sara dos y dos. Y conviví con todos menos con el hijo mayor de Macaria a quien creo ví una sola vez. Ambas murieron de cáncer, y mis tías con quienes compartí muchos días, y llegué a admirar profundamente, siguieron su ejemplo emprendedor.

Yo nací y crecí en Guadalajara, una hermosa ciudad con fuertes tintes conservadores, de los que yo no estuve conciente. Mis padres tenían un proyecto de familia muy claro y definido por la escolaridad y la independencia. El ambiente familiar aunque era bastante disciplinado tenía importantes aires de libertades. Hoy me impresiona la idea de lo bien que mi madre y mi padre nos conocían y cómo encontraron identificar nuestros intereses para impulsarnos, aunque también para controlarnos. Y en mucho el utilizar el modelo como ejemplo de lo que podríamos lograr. Querían herramientas para sus hijas y estudié la carrera de Secretaria Bilingüe mientras me preparaba para ser normalista. Pero encontré la psicología y me empeñé en estudiarla, aunque a mi pá le parecía innecesario.

Tengo la sensación de haber llegado a los 25 años con la idea de un proyecto definido. Tenía independencia, un empleo bien remunerado en el IMSS y mi consultorio. Pero pronto la realidad me lo sacudiría. En la clínica me pedían que realizara trabajo comunitario y yo no tenía idea de eso. Así que busqué el ingreso a la UNAM para realizar una maestría en Psicología Social que me diera las herramientas que necesitaba. Pero no regresé a mi ciudad natal. Antes de terminar la maestría recibí la invitación de Lucy Reidl, una gran mujer que dirigía el departamento de Psicología Social y era mi maestra, para empezar a dar clases en la Facultad. Las múltiples oportunidades que ofrece la Ciudad de México ya me habían engolosinado y sin duda alguna me enlisté en la máxima casa de estudios.

Y fue ahí donde me encontré con el feminismo. No en la maestría sino ya como docente, recibí varias invitaciones a eventos feministas a las que fuertemente me resistí. ¿Cómo podía pensar en las necesidades de las mujeres si no se había avanzado en la lucha de clases? Aún así, recuerdo que en un Foro en el Ho Chi Minh me empezaron a resultar lógicas e interesantes sus propuestas. De ahí pasé a la Coordinadora Feminista y hasta conocí a algunas lesbianas activistas que en una ocasión se acercaron a plantear una propuesta.

 

Después vino el terremoto del 85 y salimos del café para sumarnos a las obras de rescate y conocer el trabajo del MAS con las costureras. Conocí por fin el trabajo de las organizaciones feministas y ampliaron mi concepto del feminismo. Al mismo tiempo que las académicas feministas luchábamos por el reconocimiento de nuestro trabajo. En un seminario discutíamos las condiciones laborales, distintas líneas de trabajo y los desafíos que la academía nos imponía. Me inicié en los Encuentros Feministas en México y Latinoamericanos y la realidad fue otra. Metida en tantos espacios feministas y fue en una reunión social que conocí a Patria Jiménez, una de las fundadoras del movimiento lésbico en México, con quien establecí y mantengo una profunda relación. La conocí justo en medio de la pérdida de mi padre y mi madre, cuando entendí lo que significaba ser huérfana. Necesariamente, la relación con Patria me llevó a involucrarme en la lucha por los derechos LGBT y juntas con un buen grupo de mujeres formamos el Clóset de Sor Juana, nos sumamos a la Asociación Internacional de Lesbianas y Gays (ILGA) e iniciamos una trayectoria internacional. Pero además, el pensamiento de Patria, y su forma de trabajo me revolucionaban las ideas y rompían con mi propia lógica.

En el 92, las académicas feministas logramos la instalación del Programa Universitario de Estudios de Género (PUEG) en la UNAM e incorporame a él fue otra oportunidad para seguir creciendo. El ambicioso proyecto del PUEG lidereado por Graciela Hierro representó un desafío mayor, abarcar todas las áreas del conocimiento y brindar un espacio a todas la feministas que quisieran dialogar para contribuir en el desarrollo de la perspectiva feminista no era una cuestión menor, pero cómo me enriqueció. Como Secretaria Académica tuve que acercarme a múltiples áreas y evaluar en colectivo la pertinencia y dimensión de cada una en las propuestas que llegaban, las humanidades, las ciencias sociales y las denominadas ciencias duras se cruzaban todo el tiempo. La articulación entre los distintos saberes fue tal vez lo más enriquecedor, no solo entre disciplinas sino también entre activistas y académicas, como entre académicas-activistas. Tengo miedo de nombrar algunas porque eran tantas, y me dejaron tanto. Pero la convivencia a tiempo completo con Graciela dejó una profunda huella en mi vida que sembró tal vez las mejores enseñanzas feministas, el cuidado de sí sin descuidar al otro-otra, la valoración propia por encima de nadie, el cariño entre colegas, el respeto a la institución y a la labor cotidiana, donde la persona es lo más importante. Caminar juntas en el sentido literal y figurado, nos llevó a compartir cada vez más perspectivas y proyectos.

Desde el 92, gracias a la generosidad de Teresita de Barbieri, me inauguré en las discusiones académicas en el plano internacional y fui a Berlin a dialogar con Fernando Mires y Rudolf Bahro sobre la crítica a los límites de la civilización, el pensamiento dicotómico como obstáculo a nuevas maneras de mirar. Recuerdo que el suizo Jakob von Uexkull me lanzó una fuerte crítica a mis ideas de dar voz a otras voces, y cuando mencioné a indígenas, mujeres y jóvenes señaló que era impensable regresar a vivir con taparrabos, ya se imaginarán la que se armó. Esa experiencia me llevó a sumarme a las discusiones feministas en preparación para la V Conferencia Internacional sobre la Población y el Desarrollo, donde pude recuperar mi experiencia en el IMSS y reflexionar sobre las políticas demográficas. Me uní al grupo internacional feminista Health, Empowerment, Rights and Accountability (HERA), constituido por feministas líderes de todas las regiones del mundo, de quienes aprendí lo que no había imaginado. Partimos de las defensa de los derechos reproductivos, pero la visión era una toma de conciencia del ser mujer como sujeto político en la economía, las artes, el medio ambiente, para transformar el mundo. Al mismo tiempo que otras formas de ser feminista, el trabajo en equipo, amplias reflexiones críticas, las relaciones intergubernamentales, la negociación y la incidencia con los gobiernos, y quién era la ONU. Los logros alcanzados en esa Conferencia no sólo nos llenó de alegría y satisfacción, sino que nos desafió a llevar más allá nuestras expectativas y así fuimos a la IV Conferencia Mundial de la Mujer. Esta Conferencia sumó además la participación de ILGA a través del Secretariado de Acción que tenía IGLHRC, y de la Secretaria de la Mujer que tenía El Clóset de Sor Juana, para exigir la inclusión de orientación sexual en la agenda de la Conferencia y así fue. Por primera vez tuvimos una carpa igual que los otros movimiento sociales y los Gobiernos tuvieron que abrir dos espacios de discusión, uno sobre derechos sexuales y otro sobre orientación sexual. Aunque no obtuvimos los resultados que esperábamos, presumo que fue el antecedente que abrió las puertas a lo que hoy tenemos, esos dos aspectos son tema de discusión permanente en cada sesión del Consejo de Derechos Humanos de la ONU.

HERA e ILGA fueron quienes me abrieron las puertas para un intenso trabajo internacional, desde inicios de los 90 hasta hoy. Cada uno de estos espacios me brindaron la oportunidad de convivir con mujeres de todas las latitudes, conocer otras culturas y visitar muchas ciudades, parece lindo, pero no es algo sencillo, sobre todo si buscas transformaciones necesariamente cruzan tu mente y tu cuerpo. Es ahí donde identifico la importancia de comprender la diferencia y enriquecerte de ella. Es decir, desde la diferencia construir profundas amistades, fuertes alianzas y mantener viva la actitud crítica que te permita conocer y comprender mejor distintas realidades y maneras de pensar. A pesar de los años, nos seguimos reuniendo, y encontrando los espacios e ideas para seguir construyendo juntas. Al mismo tiempo, construimos redes regionales y nacionales donde también he encontrado importantes figuras que he admirado y sigo, para dar continuidad a diálogos que parecen quedar en impasse y se continuan cada vez que nos encontramos. Y precisamente en estos espacios es que conocí a Epsy Campbell, una mujer negra con una gran pasión por su lucha y trabajo contra el racismo, y encontré otra veta para mi trabajo. ¡Finalmente las intersecciones! Sumergirme en la cultura negra gracias a Epsy cuestionó muchas de mis creencias sobre mis propios principios e identidad, posibilitó el trabajo con la Red de Mujeres Afrolatinoamericanas, lo que me llevó luego a la Red de Líderes Indígenas, y a la Red de Trabajadoras Sexuales. Trabajar y convivir con ellas, sin duda me ha abierto un amplio panorama. El reconocimiento y respeto mutuo creo ha sido la clave para conocer y comprender mejor las perspectivas que nos han llevado a unirnos en una sola lucha.

Vivir entre mujeres, ha sido para mí un remanso de oportunidades para crecer, compartir, amar, luchar, gozar y sufrir. Los espacios por los que he transcurrido, como la mayoría de los que nos rodean están matizados por el poder, para mi fortuna, encontré a muchas con un buen manejo del poder que nos permitió crecer juntas, pero no puedo negar que también he enfrentado situaciones difíciles donde las relaciones no son transparentes y hay que cuidarse de ese lado oculto, que puede ser de hipocresía o traición. Reconocer a las mujeres como sujeto político estratégico en su amplia diversidad y desarrollar esa sororidad que tanto proclamamos, no es fácil, pero definitivamente es necesaria como una palanca colectiva si pretendemos cambiar el mundo y transformar la vida.

Soy una mujer afortunada, hoy día puedo mirar las múltiples rutas recorridas, reconozco las distintas aportaciones que las mujeres con las que he convivido han dado a mi vida. He cosechado grandes amistades, y creo he sabido cuidarme ante las situaciones adversas, todas me han dejado enseñanzas por más que las experiencias hayan sido gozosas o indignas. He logrado mantener los lazos con las amigas de la adolescencia y la familia está cerca, muy cerca. Mis relaciones son más de continuidad que de ruptura, así que los reencuentros frecuentes mantienen la confianza y el intercambio abierto sin temores. Trabajé mucho tiempo con compañeras pares y hoy también cada vez más con jóvenes, unas más que otras, pero jóvenes que me retan continuamente. Lo logrado tal vez hoy esté en riesgo, los procesos sociales no son lineales y nos toca enfrentar nuevos desafíos. Pero las risas, los desvelos, los libros, el vino y las cenas compartidas, el baile, el amor, la alegría como la rabia, seguirán siendo nuestro constante motor.

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