Alerta F, se requieren aliadas – Marion Reimers
Hace unas semanas me encontraba “escombrando” mi estudio (me encanta esa palabra porque es muy propia de esa parte de nuestra casa) y me encontré con algunos recortes de periódicos que mi mamá había guardado a lo largo de los años. Figuraban algunos artículos sobre coberturas que había realizado y una que otra entrevista pero sobre todo columnas de opinión que yo publicaba en un diario especializado en deportes hace aproximadamente siete años.
Como la procrastinación es una de las cosas que mejor me salen, me puse a leer algunos de los textos en vez de continuar con mi chamba inicial, al fin que tenía tiempo de sobra y no estaba por irme casi dos meses fuera del país a cubrir un torneo de futbol. Ahora me doy cuenta que fue uno de los mejores momentos de procrastinación que he tenido en los últimos años ya que fue, sobre todo, un enorme baño de humildad y un gran aprendizaje. En uno de los recortes figuraba un texto que escribí en el 2011, luego de que se diera a conocer una medida cuya magnitud no cabía en ese momento en mi cabecita patriarcal y machista.
El Fenerbahce de Estambul, uno de los clubes más populares de Turquía, había sido sancionado con dos partidos sin presencia de público en su estadio después de que sus aficionados fueran, una vez más, protagonistas de incidentes violentos propios de la masculinidad tóxica que domina este deporte. En una determinación nunca antes vista, la federación turca decidió que en vez de celebrar los dos encuentros sin público lo haría únicamente con mujeres y niños como asistentes. En un país como Turquía esto adquiría aún más relevancia.
Cuando veo hoy las imágenes de aquel encuentro, me conmuevo hasta las lágrimas y lamento profundamente mi ignorancia de aquel momento.
Terminé de leer mi columna y me sentí profundamente avergonzada de mí misma. En aquel texto hablaba de que a mi parecer no debíamos buscar la superioridad de mujeres sobre hombres y que no hacía falta llenar un estadio con mujeres sino que solamente hacía falta que los hombres nos hicieran un lugar en un territorio históricamente de ellos. Algo así como el mensaje que hoy en día me despierta la cara de Robert Downey Jr.: “Ni feminismo ni machismo, igualitarismo”.
Claramente, para la Reimers de 26 años de edad eso era la máxima expresión de progresitud, muestra de mi arrogancia, mi ignorancia y mi privilegio. Lo primero por sentirme la chingona al lograr destacarme en un “mundo de hombres”, lo segundo por no haberme puesto todavía los lentes violetas del feminismo y lo tercero porque en muchas ocasiones el privilegio, en lugar de ser una herramienta, se transforma en anteojeras.
En aquel momento sentía que me había ganado un lugar entre tanto machirrín por mi talento, por no ser “como las demás”, por mi capacidad y por “echarle ganas”. En realidad lo que no estaba entendiendo era que más que la afirmación de presuntas cualidades debía cuestionarme respecto de la ausencia de muchas otras mujeres más talentosas y, sin duda, más trabajadoras.
Creo que vivir esa experiencia antes de partir a una cobertura en la que el tema central es un espacio diseñado por hombres, para hombres y con el fin de hablar de lo que hacen o dejan de hacer otros hombres fue iluminadora.
Dejando de azotarme y habiendo culminado mi fiesta de culpa católica y protagonismo, me di cuenta que aquella lectura debía servirme para reafirmar que los procesos de aprendizaje de cada una de nosotras son diversos y que no podemos caer en juzgar desde nuestra alta silla a quienes siguen pensando cómo nos permearon a TODES porque en algún momento también estuvimos, aunque sea mínimamente, en ese mismo lugar.

Esto no lo digo con el afán de quitarme la bolsa de la vergüenza de la cabeza, sino porque en un sinnúmero de ocasiones también me ha tocado entender, particularmente en el ambiente laboral en el que me desenvuelvo, que para muchas personas (en su mayoría mujeres, sí) la herramienta más sencilla es no cuestionar, no responder y no salirse de la norma. Es tan costoso y doloroso llegar a una cierta posición de mediano respeto (o dejemos respeto, ausencia de insultos y cosificación por lo menos) que resulta preferible no arriesgar el terreno ya adquirido en aras de arrebatar libertades que tal vez no puedan ni siquiera gozar en su momento sino que serán para quienes vengan más adelante. En pocas palabras: es muy fácil ser progre entre gente que piensa como tú.
Tuve la suerte de tener a grandes amigas, hermanas y compañeras que me fueron llevando de a poco hacia lo que hoy considero un lugar de mayor claridad entre lo que creo, añoro y el mundo que me rodea -lo cual no siempre trae consigo la felicidad- pero también menos solitario.
Espero encontrarme dentro de siete años leyendo este texto con la respuesta en las yemas de los dedos de cara a otro escrito (menos vergonzoso que aquel), pero de momento sigue siendo una encrucijada para mí cómo lograr que el deporte, en tanto vehículo social y descolonizador, pueda ser utilizado para atraer más la mirada sorora de otras y lo hagamos también nuestro. Me encantaría encontrar una llamada, un aullido, incluso una luz mágica con la F de feminismo en lugar del símbolo de Batman para poder lograr mayor militancia de mujeres en este sector.
No quiero volver a perder la oportunidad de ver, con otras tantas, un acontecimiento como aquel entre el Fenerbahçe y el Manisaspor y dejar de pedir permiso para empezar a fabricarnos esa silla que en la mesa de las decisiones del deporte, del mundo y de nuestras propias vidas no nos quieren otorgar.
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